El futbol y la vida CAP III.
Decía P Ounpensky “ El hombre nace y la naturaleza lo deja a su voluntad, este debe buscar los medios para sobrevivir, su comportamiento depende de los estímulos que reciba, si no recibe estímulos puede tener un comportamiento como una máquina”, con tanta labor llega a tener una vida buena si llega a viejo, pero es ese el objetivo de la vida, existe la competencia por ser el mejor o por lograr algo superior, es el mejor el que llega a un cargo mas alto, éxito y dinero son sinónimos de calidad, cuando no tenemos claro lo que queremos, podemos optar a algo superior. Nietzsche se canso de esperar que la gente escuchara su llamado, no creo que tuviera ansias de poder, pero tal vez trato de vengarse de los hombres, proclamando al hombre superior como el dictador de la raza. Allende por que no se vengó de los supuesto seguidores, grupo que hace honor a la fama que tienen los Chilenos en el mundo. Somos el país número veinte (20) en el lugar de los más corruptos, ladrones y sinvergüenzas del mundo, nos falta poco para ser los primeros, bien dijo El Quico.
No podemos dejar de citar al Padre Hurtado: “La Serenidad del Alma: Y cuando lo han hallado, su vida descansa como en una roca inconmovible; su espíritu reposa en la Paternidad Divina, como el niño en los brazos de su madre. La hondura de la vida, su belleza, son el fruto del conocimiento de la Divina Amabilidad de las mercedes que de El emanan y de las fuerzas que El brinda.
Cuando Dios ha sido hallado, el espíritu comprende que lo único grande que existe es El. Frente a Dios se desvanece; cuando a Dios no interesa se hace indiferente. Las decisiones realmente importantes y definitivas son las que yacen en El.
Hay también un dolor de Dios, indescriptible e inconmensurable que tortura el alma con espanto y asombro. Hay un temor de Dios: El de arrojar una sombra sobre la imagen del Amado. Temor de ofrecer tan poco al que todo se le debe.
Al que ha encontrado a Dios acontece lo que al que ama por primera vez: Corre, vuela, se siente transportado; todas sus dudas están en la superficie, en lo hondo suyo reina la paz. Lo duro, las contrariedades, se deslizan; en el centro de la vida perdura el conocimiento del ser y del amor de Dios. La entrega del que reposa en Dios es un olvido de sí. No le importa ni mucho ni poco cuál será su situación, ni si escucha o no sus preces. Lo único importante es: Dios está presente, Dios es Dios. Ante este hecho calla su corazón y reposa.
Esta confianza es fruto de un magnánimo y humilde amor. Si Dios quita algo, aun con dolor, es El y eso basta. Esto lo hace feliz y enciende todas las luces de su alma. No es un amor sentimental, es amor sencillo, simple, y que se da por sobreentendido. Es así porque no puede ser de otro modo.
En el alma de este repatriado hay dolor y felicidad al mismo tiempo. Dios es a la vez su paz y su inquietud. En El descansa, pero no puede permanecer un momento inmóvil. Tiene que descansar andando; tiene que guarecerse en la inquietud. Cada día se alza Dios ante él como un llamado, como un deber, como dicha próxima no alcanzada.
Hay en él un temor de Dios, pero no el temor infantil semejante al del perro que espera a cada momento el látigo. Donde domina el espíritu no hay terror: Todo se torna claro, luminoso, benéfico. Ante Dios, no somos sus esclavos, sino que por su predilección, somos sus hijos. El verdadero temor de Dios no consiste ni en el miedo al castigo, ni en la insuficiencia de nuestro concepto de Dios mismo.
El que halla a Dios se siente buscado por Dios, como perseguido por El, y en Él descansa, como en un vasto y tibio mar. Ve ante sí un destino junto al cual las cordilleras son como granos de arena. Esta búsqueda de Dios sólo es posible en esta vida, y esta vida sólo toma sentido por esa misma búsqueda. Dios aparece siempre y en todas partes, y en ningún lado se halla.
Lo oímos en las crujientes olas y sin embargo calla. En todas partes nos sale al encuentro y nunca podremos captarlo, pero un día cesará la búsqueda y será el definitivo encuentro. Cuando hemos hallado a Dios, todos los bienes de este mundo están hallados y poseídos.
En nuestra vida es Dios lo que la luna para el mar: La causa de sus crecientes y de sus menguantes. Todas nuestras peregrinaciones terrestres han sido movidas por el llamado divino, llamado que ya nos eleva a lo alto, ya nos precipita en lo hondo. Ese llamado de Dios, perceptible a nuestras almas, es el que nos ha convocado a todo lo que da sentido a una existencia cuando la vida es en verdad una vida.
Y ese llamado de Dios, que es el hilo conductor de una exigencia sana y santa, no es otra cosa que el canto que desde las colinas eternas desciende dulce y rugiente, melodioso y constante. Llegará un día en que veremos que Dios fue la canción que meció nuestras vidas. ¡Señor, haznos dignos de escuchar ese llamado y de seguirlo fielmente!.”
Estamos claros que este llamado no es para todos, ya que hay personas que no lo quieren, no pueden o no deben...
La claridad, grandeza y pureza de espíritu la encontramos en Santa Teresa, El Padre Hurtado, Juan Pablo II, etc. No hace muy poco, estuve en Los Andes y pase al Santuario, me ocurrió algo indescriptible, no existe droga que pueda lograr ese contacto con el universo, ni el famoso peyote, ni otras drogas, a propósito los antiguos trataban de llegar al cosmos a través de las drogas al parecer, en esta oportunidad me encontraba frente al altar, me arrodille, y rece, en un momento me pareció como si no estuviera en la tierra, en el cuerpo, me fui lejos, me asuste trate de reincorporarme, no estoy preparado para tan magno evento todavía.
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